Cuento de Navidad
( fotos tomadas por el autor ) Corrían los años en que se inventó la sopa de ajo y yo era un zagalillo que miraba como un mochuelo. Hacía mucho frío y en el campo cantábamos a las niñas: “Aunque me des veinte duros no voy contigo al pinar porque tienes sabañones y me los puedes pegar” Las nenicas, más dotadas para la lírica y para volverle loco a uno, respondían: “…yo quiero a un labradorcico que coja sus mulas y se vaya a arar y a la media noche me venga a rondar”. Me pasé, como siempre, al bando de las chicas y terminé la coplilla como pude: “… con la pandereta, con el almirez y con la zambomba que rezumbe bien”. El frío no sabía que a la vuelta de la esquina aguardaba el calentamiento global. Yo tenía la piel que va desde donde terminaban las perneras cortas del pantalón corto más resquemada que hábito de fraile y más encarnada que el batallón de El Campesino. El día viernes anterior a Nochebuena, entré en el saloncito de mi madre con las notas cuajaítas de