...Y se armó el belén (capítulo quinto)
En
la grisura de aquellos tiempos antiguos y étnicos no siempre había agua
corriente, ni caliente, ni constante, ni al instante. La hornilla de carbón de
la cocina calentaba el agua de un depósito encima de ella colocado. Muchos y
muchos metros de pasillo desde allá hasta la bañera. Tuberías de plomo o de
hierro, que no de cobre. La alcachofa de la ducha cegada por la cal del agua.
Cortes de agua. Restricciones de posguerra. Una tardenoche pregunté:
- ¿Por qué sale agua marrón del lavabo?
- ¿Por qué sale agua marrón del lavabo?
- Son las obras del Canal de Isabel dos palitos, respondió la yaya.
Así llamaba mi aña a Dª Isabel II. Se conoce que los naturales de Ventas con Peña Aguilera no saben de números romanos, ni falta que les hace. La yaya Sagrario utilizaba un argumento inapelable y contundente para obligarte a llevar la ropa interior siempre limpia:
- ¿Llevas puesta la muda que coloqué anoche al pie de tu cama? ¿Y si te pasa cualquier cosa en la calle?
Me gustaba cuando balaba la ovejita ¡¡beeee!! y yo le contestaba ¡¡baaa!! En suma, lo que pudiéramos considerar como una inteligente conversación. Me sabía a musiquilla celestial ese dulce balar. Todavía lo echo de menos. Mi ovejita y yo éramos niños limpios que olíamos a rosas del campo. Su lanilla era más suave que el vello de una cabra de Cachemira.
Oía yo rezongar al cuerpo de casa sobre mis costumbres y aficiones, murmullos que arreciaban cuando la oveja dejaba sus cagarrutas en el pasillo o donde le diera la real gana. El mayor disgusto de mi infantil infancia me lo propinó mi padre cuando decidió, en la octava de Reyes, que ya estaba bien de contemplaciones y de pamplinas y que la oveja fuera enviada por Auto-Transportes Andalucía al convento de las monjas clarisas capuchinas de San Antón, en Granada capital ¡A saber en qué asiento me la acomodaron para aquel viaje sin retorno! ¡Pobretica!
( foto tomada por el autor )
Llegado que fue
el verano siguiente, nada más desembarcar en Los Cipreses, en la vega de
Granada, decidí ir a casa de las monjitas por ver de abrazar a mi lucerita, a
quien había puesto de nombre Guillermo, por cariño al proscrito personaje de
Richmal Crompton. Infeliz de mí, no daba importancia a los caracteres
diferenciales de una oveja macho respecto de los de una hembra y parece que en
mi casa tampoco eran duchos en ese arte. Oséase, que podía ser Guillermina. Ya
he contado que en mi familia las cosas del sexo no se explicaban porque eran
pecado. Y los pecados no tienen explicación, teologías aparte.
Con tata Mariana agarré un tranvía en la parada del Cerrillo de Maracena y, después de trasbordar en la avenida de Calvo Sotelo, me plantifiqué en la calle Recogidas para dar un beso en los morros a mi Guillermina. Con la recta intención, eso sí, de preguntar luego por tía Emilia, conocida en religión como Sor Emilia de Granada.
Esto último me daba cierta fatiga porque, como era monja de clausura, de las fetén cinco estrellas, las visitas se perpetraban en una salita encalada, donde había una oquedad guarnecida con tres o cuatro barreras de rejas, la última de las cuales, esto es, la más cercana al visitante, tenía unos pinchos de tamaño natural. No estoy tuerto hoy en día porque, prudente de mí, cubría con un pañuelo de hilo egipcio el pincho más cercano al ojo que mantenía abierto. El otro ojo quedaba cerrado y sin luz hasta bien terminada la visita. Sale mejor comprometer un cincuenta por ciento de tus capacidades, antes bien que el cien por cien.
Mi tía era bajita, es decir, enana, lo que dificultaba aún más su reconocimiento sin ningún sistema de ayuda técnica para la navegación. Sor Emilia debía tener su guasa, pues una tarde, entre un ora pro nobis y un miserere nobis, preguntó a mi madre si yo era tuerto de nacimiento o sobrevenido.
Total que hoy es el día, cuarenta años después del asesinato antropofágico de mi Guillermina, en que no he conseguido que nadie de la familia cante la gallina. Digo yo si será cosa de la ley de la “omertá”, como en la mafia. Pero a mí nadie me la da con queso, pues sé muy bien cuántas púas tiene un peine. Sostengo que la oveja fue engordada por las monjitas, quienes se la jamaron tal que el día del santo de la madre abadesa. Si alguien tiene prueba en contrario, que la aporte ahora o calle para siempre. ¡Anda que no le dieron matarile! ¡Mucho voto de pobreza, castidad y obediencia y qué falta de consideración con un niño de la infancia!
Con tata Mariana agarré un tranvía en la parada del Cerrillo de Maracena y, después de trasbordar en la avenida de Calvo Sotelo, me plantifiqué en la calle Recogidas para dar un beso en los morros a mi Guillermina. Con la recta intención, eso sí, de preguntar luego por tía Emilia, conocida en religión como Sor Emilia de Granada.
Esto último me daba cierta fatiga porque, como era monja de clausura, de las fetén cinco estrellas, las visitas se perpetraban en una salita encalada, donde había una oquedad guarnecida con tres o cuatro barreras de rejas, la última de las cuales, esto es, la más cercana al visitante, tenía unos pinchos de tamaño natural. No estoy tuerto hoy en día porque, prudente de mí, cubría con un pañuelo de hilo egipcio el pincho más cercano al ojo que mantenía abierto. El otro ojo quedaba cerrado y sin luz hasta bien terminada la visita. Sale mejor comprometer un cincuenta por ciento de tus capacidades, antes bien que el cien por cien.
Mi tía era bajita, es decir, enana, lo que dificultaba aún más su reconocimiento sin ningún sistema de ayuda técnica para la navegación. Sor Emilia debía tener su guasa, pues una tarde, entre un ora pro nobis y un miserere nobis, preguntó a mi madre si yo era tuerto de nacimiento o sobrevenido.
Total que hoy es el día, cuarenta años después del asesinato antropofágico de mi Guillermina, en que no he conseguido que nadie de la familia cante la gallina. Digo yo si será cosa de la ley de la “omertá”, como en la mafia. Pero a mí nadie me la da con queso, pues sé muy bien cuántas púas tiene un peine. Sostengo que la oveja fue engordada por las monjitas, quienes se la jamaron tal que el día del santo de la madre abadesa. Si alguien tiene prueba en contrario, que la aporte ahora o calle para siempre. ¡Anda que no le dieron matarile! ¡Mucho voto de pobreza, castidad y obediencia y qué falta de consideración con un niño de la infancia!
Se la comieron, fijo, ya te lo dije en otra ocasión.
ResponderEliminarNo es bueno tomarle cariño a nada que sea comestible, que luego pasa lo que pasa.
Besos
Que pena!!
ResponderEliminarMe encantan los corderos.
Sinceramente, la carne fue dèbil, y las hermanitas te lastraron el bichito, jajajajaja!!!
Feliz navidad y un abrazo.
Agradezco cada instante que forjas tamaño infancia. Imposible leerte sin columpiar las trenzas en el recuerdo. Un fuerte abrazo cronista del sentimiento.
ResponderEliminarJa,ja,. No,no que que pena, dichosa infancia. Como ya soy mayor me acabo de comer un pedazo de alguna congénere de tu lucerita. Bs.
ResponderEliminarSi, si que se armó el Belén con tu querida Guillermina en casa se armó bien el Belén viviente.
ResponderEliminarLas monjas la disfrutaron de lo lindo en su mesa con especias de tomillo y romero de los montes de Granada.
Pobre corderita y pobre del niño Manuel lo triste que te quedaste sin su cariño,
pero su recuerdo nunca muere ,esta escrito con sentimientos en tus letras y guardado en tu corazón de niño y de hombre.
Un abrazo fraternal de MA.
Feliz Navidad, y prospero año nuevo 2012 cargadito de salud , paz, amor,y bendiciones para ti y para el mundo.
Paso a saludarte, y por supuesto que volvere con mas tiempo para leer ...Y se armo el belen!
ResponderEliminarun abrazo y felicidades
Un beso y felices días a todas y todos.
ResponderEliminarComo me he reido, que atracón se dieron las monjas,pobrecita Guillermina.
ResponderEliminar!Que bonita la inocencia y que poco dura!
Un abrazo y feliz Navidad.
más tarde termino de leerte y dejo un comentario
ResponderEliminar:)
Uma linda noite de natal. Que o espírito renovador do menino Jesus, o acolha num abraço fraterno e te encha de esperança, amor e saúde cada vez mais.
ResponderEliminarUma noite feliz e mesa farta. Boas festas!
Tu historia se remonta a 40 ó 50 años atrás, cuando una ovejita no era una sencilla caldereta... sino un verdadero manjar, para celebrar un evento tan importante como la onomástica de la madre abadesa.
ResponderEliminarMe gusta encontrarme palabras que no se leen en cualquier post: guasa (me suena muy andaluz), rezongar, matarile.
un abrazo amigo
y que disfrutes de la Navidad en compañía de las personas que te quieren.
:)
Fabulosos los relatos de aquella niñez tuya y esa fotografía echa a base de letras de aquellos tiempos inolvidables.
ResponderEliminarQue pases un Feliz día de Navidad junto a todos tus seres queridos.