Domingos de infancia
(el autor en la Casa de Campo)
En los años sesenta pasé muchas tardes
de domingo en la Casa de Campo, el pulmón de Madrid.
Me oreaba y desentristecía bajo la luz
de la capa de cielo velazqueño, frente a la silueta de la sierra madrileña. La
Casa de Campo continuaba cerrada al público porque se decía que quedaban sin
explosionar bombas de mano y obuses y granadas y otros cohetes de la guerra
incivil. Pero los gerifaltes del régimen franquista y sus familias y amigos ¡vaya que si disfrutaban de aquel maravilloso parque de monte y pinadas y encinares!
Era emocionante, aunque nunca
encontramos espoletas ni detonantes. Las trincheras de un frente de guerra son
perfectas para jugar a la paz. Y a juegos de amor.
Mis hermanos y yo usufructuábamos la preciosa finca pública, porque éramos amigos de los hijos de un ministro de Franco, compañeros de mis hermanos en el colegio de El Pilar.
Mis hermanos y yo usufructuábamos la preciosa finca pública, porque éramos amigos de los hijos de un ministro de Franco, compañeros de mis hermanos en el colegio de El Pilar.
Venía a buscarnos un inmenso automóvil,
un Packard negro del Parque Móvil Ministerial. Nosotros éramos dos chicos y una
chica, al igual que nuestros amigos. Mi tata se llamaba Sagrario y era de
Ventas con Peña Aguilera, provincia de Toledo. La de ellos se llamaba Sabina y
no me acuerdo de dónde era, pero sí de su acento asturiano.
A guisa de correspondencia, nosotros
llevábamos merienda para todos, chófer oficial incluido. Bocadillos de queso de
bola y carne de membrillo, o bollos suizos con jamón de york, más un plátano y
una onza de chocolate Matías López por barba.
Una tarde el ministro en persona me
encaramó a su caballo a horcajadas y me preguntó si estaba cómodo. Yo tenía
siete u ocho años y era muy leído. Quise enfatizar y contesté que
“incomodísimo”. Se acabó el paseo a caballo, aquella tarde y todas las del
resto de mi vida. Si me hubiera limitado a contestar “muy cómodo”, igual
termino de socio de un club hípico para pijos, en vez de afiliado al Atlético
de Madrid, equipo que por entonces ganaba campeonatos de liga y todo.
Todavía conservo aquel carnet del
Atleti, de piel granate y letras de purpurina de Casio, y también los recuerdos
del enorme Packard negro, del olor a jara, a resina y a romero de los campos de
sílice del Noroeste de Madrid y de mi yaya Sagrario, que en gloria esté, igual
que su novio, un miliciano que nunca volvió del exilio francés. Ella jamás tuvo
ojos para otros hombres, pues siempre guardó ausencia de su Emiliano.
Del colegio rememoro ahora el solar, el patio norte, el central y el pabellón de ingreso. Y a Don Ramón, maestro de cocina y canaricultor de provecho.
Hoy casi todo quedó atrás o no existe. Como los
alcornocales, algarrobales y almecinos de mi viejo parque del Buen Retiro. Por
no hablar de mis primeros amores de aquí, del barrio. O del mar.
¡Cómo lamento haberte dejado, mar!
Perfectamente los domingos pueden seguir siendo buenos para a jugar a la paz...y al amor, si nos dejan
ResponderEliminarUna historia de nostalgia, preciosa, incluido ese carné del atleti. Si sientes lejano el mar, ya sabes, asómate a mi ventana...
Besicos
UNA EVOCACIÓN MUY NOSTÁLGICA.
ResponderEliminarUN ABRAZO
BOnsoir je vais revenir car je n'arrive pas à faire marcher la traduction
ResponderEliminarbonne soirée
Esa identificacion tiene historia. Saludos muchos de mí. María. Te quiero mil ochocientos noventa y nueve... besos
Llego desde Galia B y si me lo permites, me doy un paseo por tu casa porque esta entrada me ha parecido tan evocadora, como interesante.
ResponderEliminarSaludos Manuel
Ay chaval esas cosas me recuerdan vidas anteriores y aquella mía no precisamente tan "agradable" aunque intensamente emocional.
ResponderEliminarDejé un comentario el otro día y no se ha publicado, blogger está haciendo de las suyas cuando me encuentro en este punto, me gustaría recordarlo, pero no, nada, creo que era divertido. Bs.
buenas, tu historia me hace acordar a un cuento que leí de Almudena Grandes (pero en ese, los chicos iban a mirar a las prostitutas que trabajaban allí!)
ResponderEliminaren muchos libros he encontrado comentarios sobre Casa de Campo y no me lo pude imaginar bien hasta que leí tu descripción,
saludos desde el río de la plata