Veraneos al viejo estilo (capítulo III)
( capítulo tercero )
Por la noche los mayores jugaban al póquer y se llegaban a juntar 10 ó 12 grandes coches, Packard, Chrysler, Pontiac o Citroën 15 ligeros. El más pequeño era el Fiat Balilla de don Vicente, capitán retirado de la marina mercante casado con doña Herminia. No tenían hijos y eran parientes pobres de los amos de la dehesa. El Balilla era de dos plazas bajo la capota, más otros dos asientos que se descubrían en la parte posterior, donde hoy los coches llevan el maletero. Me gustaba ir atrás, cara al viento, tragando el polvo de los caminos sin asfaltar y mirando los taludes de tierras amarillas como el asperón.
A las interminables partidas de póquer se apuntaban algunos aviadores de la Academia General de San Javier, además de Ernesto, que era el administrador de la finca y el matrimonio Maura, Juan y Menchu. Él era gerente de la Unión Salinera Española y mi padre llamaba a Menchu Maura “la leona de Castilla”.
El mundo de los adultos me parecía perfecto. ¿Qué más se podía pedir a la vida que levantarse tarde, comer con gusto y sabiduría levantina, hacer sobremesa jugando al dominó, dormir larga siesta, cenar con amigos alegres y charlatanes, y luego jugar al póquer hasta la madrugada? Y ello por no hablar de los habanos, o del whisky legítimo, en un país en el que no había de nada o era ilegítimo.
La única mujer que hacía lo mismo que los hombres era la Maura. También reía y fumaba como ellos. Ni mi madre, ni doña Encarnita, la señora y dueña de la dehesa, ni Marisa, su señorita de compañía, se mezclaban con los caballeros salvo en las comidas y en las misas.
El entorno femenino se completaba con las guardesas. La hija de los que cuidaban la Casona se llamaba Pilar Treviño y era muy simpática y guapa. Candelaria se ocupaba de la casita de la playa. Tenía dos o tres hijos rubios y descalzos.
Pepe, el de la tartana, cantaba muy bien flamenco. Creo que de él me viene la afición que aún conservo por el cante. Pepe Pinto, Juanito Valderrama, Manolo Caracol, Antonio Molina, Carmen Morell y Pepe Blanco, estaban de moda entonces, cuando Manolete murió en Linares, cornada que cogió a mi familia en Campoamor. Yo no tengo memoria de estar en este mundo cuando acaeció aquel duelo nacional. Igual que a la llegada a Barajas de Jorge Negrete, prototipo de macho mexicano que revolucionó mucho al personal femenino de la pacata España.
A propósito de la tartana diré que aún me persigue una leyenda familiar que atribuye a mi descuido la caída desde el carruaje de mi hermano pequeño, entonces de pocos meses de edad. Yo recuerdo que fué en la cuesta de los pinos, pero no estoy seguro de ser yo quien llevara en brazos a mi hermanillo. Sea como fuere, el porrazo no tuvo consecuencias y Valeriano mide ahora casi dos metros, el angelito.
Uno de los aviadores que jugaba al póquer, llamado, si mal no me equivoco, “la pava”, alguna mañana de playa nos entretuvo con su avioneta de entrenamiento pegándonos pasadas en vuelo invertido. La cabeza del “jodío” piloto pasaba casi rozando, lo prometo, los cables del teléfono o del telégrafo, que no sé de qué eran, porque me parece que, en los primeros años de nuestros veraneos mediterráneos, no había teléfono en la finca. Por cierto que, una vez, un zagal llevó un recado al patrón de la finca, creo que de parte de la fábrica de chocolates Tárraga. La partida de dominó estaba caliente y el recadero no recibió propina. Entonces el chavea va y dice “don Antonio, y si me preguntan cuánto me ha dado usted de propina ¿qué les digo yo?”.
(fotos Masao Yamamoto)
nnnnn
ResponderEliminarLos recuerdos nos llevan a sentir el pasado.
ResponderEliminarun abrazo
fus
decime que vas a seguir con esto, Manuel porque me encanta, me en can ta!!!!!!!!!! Esto es saber contar. Saludos admirados van!
ResponderEliminar