En la consulta del psicoanalista
Nueva sesión con el psico-neurólogo
¡Dale, machaca!
¿Cómo van sus recuerdos? me pregunta el hombre
feo y duro de mollera.
— Muy bien ¿y usted?-respondo-. Un día un chino se meó en mi alfombra.
He tomado manía a este sujeto. No lo aguanto. Está convencido de que una mierda es mejor que nada.
Pido que me suba la dosis de orfidal,
pues ahora resulta que no consigo dormir. Rechaza mi petición alegando que se
acostumbra uno. El muy zote no comprende que mi insomnio actual algo tendrá que
ver con la circunstancia de que he dormido, noche y día, no sé cuantos años. Y
que las vacas flacas de la vigilia suelen suceder a las vacas gordas del sueño.
—Por cierto doctor, quería preguntarle si, a su conocimiento, existen otros casos como el mío.
Carraspea un poco. Aclara la voz y me dice que él no ha tratado a ningún paciente de mis características. Pero que, sin embargo, en los manuales de su profesión hay descritos algunos casos parecidos.
Aparco para otro día la cuestión de la denominación, diagnóstico y tratamiento de mi enfermedad, pues, de momento, manejo la idea de que contraje la enfermedad del sueño porque me picó una mosca tsé-tsé cuando hice el servicio militar en Malabo.
Me intriga la cuestión de quién sufraga tan larga hospitalización. También la de si tengo familia y domicilio. Trabajo supongo que tendría, pero ya no, seguro que ahora no lo tengo. Como no tengo papeles tampoco sé cuándo es mi cumpleaños ni cuántas velitas me pondré en la tarta.
Una enfermera muy bruta, que es de Almendralejo, ella, y está muy rica y fuma como un carretero, contesta a mi pregunta sobre mi edad después de abrirme la boca como a los burros. Dice que me calcula como unos cincuenta tacos.
Como quiera que albergo alguna esperancilla de que el día menos pensado y sin tomar agua bendita reanude con ella, antes de que se me olvide del todo, la saludable práctica del acoplamiento, opté por no hacerle ver que si me habían alimentado por sonda unas ocho o diez mil veces, eso que se habían ahorrado de masticar los piños de mi boca. Amén de que mi madre tenía una dentadura perfecta y hoy en día resulta que los genes determinan todo, incluyendo la funesta manía de pensar.
Al cabo de los tres meses, y ya en buena forma física, el psiquiatra dice que debo prepararme para seguir una temporada más en la clínica.
—Por cierto doctor, quería preguntarle si, a su conocimiento, existen otros casos como el mío.
Carraspea un poco. Aclara la voz y me dice que él no ha tratado a ningún paciente de mis características. Pero que, sin embargo, en los manuales de su profesión hay descritos algunos casos parecidos.
Aparco para otro día la cuestión de la denominación, diagnóstico y tratamiento de mi enfermedad, pues, de momento, manejo la idea de que contraje la enfermedad del sueño porque me picó una mosca tsé-tsé cuando hice el servicio militar en Malabo.
Me intriga la cuestión de quién sufraga tan larga hospitalización. También la de si tengo familia y domicilio. Trabajo supongo que tendría, pero ya no, seguro que ahora no lo tengo. Como no tengo papeles tampoco sé cuándo es mi cumpleaños ni cuántas velitas me pondré en la tarta.
Una enfermera muy bruta, que es de Almendralejo, ella, y está muy rica y fuma como un carretero, contesta a mi pregunta sobre mi edad después de abrirme la boca como a los burros. Dice que me calcula como unos cincuenta tacos.
Como quiera que albergo alguna esperancilla de que el día menos pensado y sin tomar agua bendita reanude con ella, antes de que se me olvide del todo, la saludable práctica del acoplamiento, opté por no hacerle ver que si me habían alimentado por sonda unas ocho o diez mil veces, eso que se habían ahorrado de masticar los piños de mi boca. Amén de que mi madre tenía una dentadura perfecta y hoy en día resulta que los genes determinan todo, incluyendo la funesta manía de pensar.
Al cabo de los tres meses, y ya en buena forma física, el psiquiatra dice que debo prepararme para seguir una temporada más en la clínica.
Congenié con la prójima de Almendralejo. El sexo es precioso, incluso sin amor. ¿O mejor sin amor? Cuando hay sentimientos, el sexo no dura mucho. El argumento que la subió por fin a mi cama fue suspirar en su oído “nena, un polvo se le echa a un pobre”. Tuve agujetas en el abdomen el resto del tiempo de propina que me tiré en aquella clínica. La falta de uso.
Terapia conversacional… decía el gilipollas del galeno. Le pregunté si había leído “El cuarteto de Alejandría”.
Responde:
— Es usted el paciente mimado de esta clínica. ¿Ha intentado suicidarse alguna vez?
Estoy siendo prudente, pero no doblo la cerviz. Callo. No me empujen, que me vuelvo a dormir, coños.
Lo que vemos no es todo lo que hay. Si duermes ocho o diez años seguidos, lo sabes. Tienes mucho tiempo para no hacer nada y piensas, o te parece que lo haces, o lo sientes así, a ojos cerrados. En mi primera vida había una ranura de luz. Me parece.
Más de la mitad de los adultos tiene algún tipo de insomnio. Yo antes dormía siempre. Ahora, casi nunca.
— Es usted el paciente mimado de esta clínica. ¿Ha intentado suicidarse alguna vez?
Estoy siendo prudente, pero no doblo la cerviz. Callo. No me empujen, que me vuelvo a dormir, coños.
Lo que vemos no es todo lo que hay. Si duermes ocho o diez años seguidos, lo sabes. Tienes mucho tiempo para no hacer nada y piensas, o te parece que lo haces, o lo sientes así, a ojos cerrados. En mi primera vida había una ranura de luz. Me parece.
Más de la mitad de los adultos tiene algún tipo de insomnio. Yo antes dormía siempre. Ahora, casi nunca.
— ¿Podemos contratar a un vidente?, pregunto al psico-biólogo. ¿Usted cree en la percepción extrasensorial?, añado, pues me acaba de entrar un ataque de analepsis y he recordado que fui discípulo del Gran Vidente Maharishi Mahesh Yogi, en su Centro para la Excelencia de la Educación en Bophal, India.
En realidad mi único problema es que no tengo ganas de discutir. Me da galbana. Ayer soñé que soñaba que volvía a caer en el limbo de los justos.
El loquero y yo intercambiamos unas banderillas:
— ¿No sería a consecuencia de un traumatismo craneal?, pregunto.
— No. No hay rastro, sólo petequias por todo el cuerpo, responde.
— Aún no puedo hablar de eso. ¿No tendré parásitos en el corazón o en el cerebro?, digo. Y añado ¿estado de fuga, quizás?
— ¿Con quién estoy hablando?, me dice.
— Eso quisiera saber yo. No me importaría ser un intelectual, sobre todo ahora que estoy solo, contesto. Y conste que sigo sin conocer la relación entre mi cerebro, mi mente y mi cuerpo. Por no hablar de mi espíritu que está perdidito.
Las reglas del juego han cambiado. Y no conozco el nuevo reglamento. Es mejor retirarse con gloria. Mi caso está basado en hechos reales. Si lo sabré yo.
— Tengo los tobillos helados y la nuca rígida y manchas de carmín en la memoria, le digo al psicólogo, o lo que sea, argentino. No puedo confiar en mi propia memoria.
Cambia de tercio el cristiano que sorbe mate sin parar:
— ¿A usted le gustan las mujeres?
Respondo:
— A rabiar. Ellas siempre me decían: “esta tarde te veré”. ¿Cuál es la tarde de las mujeres? ¿Vd. lo sabe?
Vuelve a la carga:
— ¿Encuentra usted alguna relación entre ellas en general o alguna de ellas en particular y su enfermedad?
Callo. No pienso darle ninguna lección, que para eso cobra él. Pero tengo manchas de rouge en la memoria. Para mis adentros me digo que seguro que sí. Que están relacionadas la enfermedad mía y ellas. Que en realidad han sido la causa remota y la próxima de todos mis descensos a los infiernos. ¿Por qué no iban a determinar que me durmiera sin fin, sin fin, sin fin? Me propongo que en la era moderna no sea así. Cuando estoy jodido pienso que la mujer que yo amaba no ha existido jamás. Y todo por buscar esa clase de felicidad desmesurada.
Por el pasillo pasa una tía maciza, con unas piernas que le nacen de los sobacos y un culo a lo Emmanuelle Béart. Me vuelvo a mirar y meto la pata izquierda en un puto cubo de fregar. Rotura parcial del ligamento lateral externo de algo. Las mujeres excesivas deberían estar prohibidas. Violan mi derecho al equilibrio. Prefiero amodorrarme en mi zorrera.
Me pregunta el rioplatense:
— ¿Tiene usted medios económicos para vivir fuera de aquí?
Contesto:
— El dinero no importa. Sigo sin saber quién concho paga todo esto. Me gustaría probar con la hipnosis.
Es posible que haya sido yo un pez gordo de la mafia y corra con la cuenta la Cosa Nostra.
El capellán de la clínica encarga al jardinero que me pregunte si quiero recibir algún sacramento. Debo ser respetuoso con la jerarquía. Contesto que no me importaría hablar con un prelado consistorial o con una mujer cura, si es que ya está admitido por Roma el sacerdocio femenino, que no lo sé. Asegura que hará lo posible para que así sea.
La mujer antigua perdía su vida en el hogar, aguantando un marido gruñón y criando a unos hijos que volaban pronto. La mujer nueva la pierde en trabajos frustrantes y cuando ejerce el poder lo hace al estilo hombruno. Fuma, habla por el móvil y bebe alcohol. Ya veremos. ¡No sé, no sé! Y yo aquí, huérfano de recuerdos y rehén de presentimientos.
A fin de cuentas lo importante es tener algo que comer y algo que beber y alguien que te quiera.
Manuel, de lo mejor que he leído en tu espacio. Le duele a uno este hombre, que ¿eres tú? que es el vecino de al lado, que es ese tipo con quien me crucé de vista cuando pasaba en el coche en la mañana. Ese pobre hombre que tiene ojos de borrego, pero algo trae siempre entre manos y lo sé por ese pestañeo con que me esquiva. Ese tipo que ¿eres tú?¿el vecino de al lado? ¿el tipo de la esquina? va solo y merece una mujer para zarandearle las ideas.
ResponderEliminarPues he pasado un buen rato y me alegra acordar contigo ese malestar hacia los psicólogos convencionales, resultan tan aburridos.
ResponderEliminarPor cierto Almendralejo me suena mucho, demasiado, no andará muy lejos de Olivenza. Jajj. Bss.
Estás más loco que una cabra de Tlayecac, jajjajajjajajajaja eso de escribir en las madrugadas activa el cerebro.Seguro es imaginacion del recondito universo...Ve tú a saber. Saludos. Besos.
ResponderEliminarHola amigo Manuel, vuelvo de nuevo por tu casa de letras a leer tus estupendos y variados escritos.
ResponderEliminarDetrás de un gran y largo insomnio , hay una historia guardada y bien guardada en el limbo de la memoria y el olvido.
Que es bueno olvidar o contar cuando se supera el trauma con pastillas o sin pastillas.
Pienso que aveces uno mismo es su mejor psicólogo.
Un gran abrazo de MA desde tierra granadina.
Hola amigo Manuel, vuelvo de nuevo por tu casa de letras a leer tus estupendos y variados escritos.
ResponderEliminarDetrás de un gran y largo insomnio , hay una historia guardada y bien guardada en el limbo de la memoria y el olvido.
Que es bueno olvidar o contar cuando se supera el trauma con pastillas o sin pastillas.
Pienso que aveces uno mismo es su mejor psicólogo.
Un gran abrazo de MA desde tierra granadina.
Genial, para qué decir más. Me he reído porque por momentos me ha parecido que el psicoanalista eras tú y que el otro psicoanalista acabaría con insomnio crónico y pesadillas recurrentes para el resto de su vida.
ResponderEliminarTu forma de narrar es muy amena porque "teletransporta" al lector y lo hace partícipe de la situación.
Besosss.
Muy, muy buen texto! Me he reído bastante. Por cierto, nunca fui a un "techista" a que me acomode los patitos desconfigurados de la fila. Me daría como caso perdido.
ResponderEliminarBesos van, Manuel.
El ser humano puede albergar pocas certezas, pero ésta es una de ellas: la mujer que tú amabas no ha existido jamás. Es poco, pero seguro. Aunque no creo que te haga dormir mejor. Besos.
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