Escenas matritenses
Escena primera
Lluvia y frío. El
encargado de Linogar, tienda de ropa
para la casa, me para por la calle:
— Don Manuel, hace mucho que no vemos a su mujer por la tienda.
Sonrío y le digo:
— Es natural. Tampoco yo la veo por
casa. Hace tiempo que me dejó. ¿Cómo van las ventas?
Me dice:
— Regular. Era mejor local el
anterior, el de la esquina de frente por frente. Además… ¡con la que está
cayendo!
Sigue el hombre con sus cavilaciones.
Me mira hondo y suelta:
— De todas formas, a mí lo que me
gusta es el toro.
Me quedo de muestra, cual perro
perdiguero que ha venteado una liebre:
— ¿El toro? Pregunto con prudencia.
Sigue:
— Si, Don Manuel. Aunque trabaje en
el comercio, yo soy mozo de espadas.
Me enseña su carné profesional del
sindicato correspondiente. No me cuesta mostrar curiosidad:
— ¿Lleva usted ahora a algún matador?
Inmediatamente me doy cuenta de que he confundido los oficios de mozo de
espadas y de apoderado. Pero ya no tiene arreglo.
Sigue el hombre del toro:
— Claro, estoy con zutanito, un chico
de Salamanca que promete. El domingo toreamos en Almagro.
Le doy la mano y deseo suerte para
ambos. No menciono al toro, que será torturado y muerto en el ara de la Fiesta
Nacional. Se despide:
— Estoy loco por dejar la tienda. A
mí lo que me gusta es el toro. ¡Ah!...cuando se empareje usted de nuevo, no
deje de recomendar a ella, a la siguiente, mi establecimiento.
Escena segunda
Son los euros que cuesta, aunque no
los valga, un reloj Rolex de caballero montado no sé si en platino o en oro
blanco y, eso sí, cuajadito de brillantes.
Tal espantajo se me apareció en el curso de una recepción en la casa Rolex, a la que acudí invitado por la firma Wempe.
La prenda relojera, del gusto de emires y jeques árabes, estaba protegida dentro de una vitrina rodeada de rayos láser, como las que salen en las películas de atracos perfectos. Son esos filmes en que uno está deseando que ganen los malos y pierda la policía.
Me presentan a un ciudadano con pinta de asentador de pescado en traje de domingo que se autoproclama aristócrata. El aristócrata hortera o impostor, cargaba un peluco, también Rolex, de esos que parecen un huevo frito de oro amarillo. Para salir del paralís que me había embargado, comento yo que el esperpento de los trescientos sesenta mil euros es propio de narcotraficantes colombianos y me corrige, al parecer con conocimiento de causa:
— No, no lo crea. Conozco bien Colombia porque compro allí esmeraldas. Los narcos colombianos gastan oro amarillo. El oro blanco queda para los narcos árabes que trafican en Oriente con el opio y derivados.
Por lo demás la recepción estuvo perfecta. Las damas bellísimas, los caballeros elegantísimos, incluido un servidor, que practicó el sincorbatismo. El comercio y el bebercio, ahora llamado catering, muy selecto y abundante.
Observé y paladeé, con satisfacción, que el sempiterno y vulgar Moët Chandon había sido sustituido por el champagne Ruinart, que me gusta más. La comida era abundante porque estaba prevista la asistencia de ciento veinte gilipollas y a la postre sólo concurrimos unos setenta, y mal contados.
Tal espantajo se me apareció en el curso de una recepción en la casa Rolex, a la que acudí invitado por la firma Wempe.
La prenda relojera, del gusto de emires y jeques árabes, estaba protegida dentro de una vitrina rodeada de rayos láser, como las que salen en las películas de atracos perfectos. Son esos filmes en que uno está deseando que ganen los malos y pierda la policía.
Me presentan a un ciudadano con pinta de asentador de pescado en traje de domingo que se autoproclama aristócrata. El aristócrata hortera o impostor, cargaba un peluco, también Rolex, de esos que parecen un huevo frito de oro amarillo. Para salir del paralís que me había embargado, comento yo que el esperpento de los trescientos sesenta mil euros es propio de narcotraficantes colombianos y me corrige, al parecer con conocimiento de causa:
— No, no lo crea. Conozco bien Colombia porque compro allí esmeraldas. Los narcos colombianos gastan oro amarillo. El oro blanco queda para los narcos árabes que trafican en Oriente con el opio y derivados.
Por lo demás la recepción estuvo perfecta. Las damas bellísimas, los caballeros elegantísimos, incluido un servidor, que practicó el sincorbatismo. El comercio y el bebercio, ahora llamado catering, muy selecto y abundante.
Observé y paladeé, con satisfacción, que el sempiterno y vulgar Moët Chandon había sido sustituido por el champagne Ruinart, que me gusta más. La comida era abundante porque estaba prevista la asistencia de ciento veinte gilipollas y a la postre sólo concurrimos unos setenta, y mal contados.
jajajaaaaaaaaaaa Ese yo tampoco la veo por casa me ha sacado una carcajada. El segundo no tiene desperdicio. De veras. Será porque cuando voy a esos "eventos" como se dice ahora participo como utsider y me la paso de maravillas. Lo de los narcotraficantes esas sutiles ironías que solés emplear y me encantan jaaaaaa Manuel sos tremendo.
ResponderEliminarNo uso reloj. Es una excusa perfecta para cuando siento un rico perfume de caballero acercarse y "no me decís la hora?". Ojo es para oler el perfume y adivinarlo, sólo eso...
Beso va.
HAY OTRO BLOG CON EL MISMO NOMBRe! que confuso...es tiempo que pasa casi siempre, sin darnos mayor cuenta de que pasa...brillante!!!! irónico!!!! preciso!!!!
ResponderEliminarun abrazo fraterno
lidia-la amiga incondicional
maravilloso el primero:"Hace tiempo que me dejó"
ResponderEliminarun saludo