Los veraneos de antaño (tercera parte y final)


( el autor, en uno de esos raros momentos en que se dedica a pensar en recuerdos olvidados )

( capítulo séptimo )

Los sábados mi padre acompañaba en el coche grande y negro al dueño de la dehesa a depositar en un banco en Cartagena toda la recaudación de la semana, que don Antonio obtenía como corresponsal de los bancos en San Pedro del Pinatar. En aquella época los bancos no tenían sucursales en buena parte de los pueblos y apoderaban al cacique o al rico de la zona , que venían a ser la misma persona, para el cobro de las letras de cambio aceptadas por los lugareños. Ello dejaba una buena comisión y requería honestidad y pulcritud en el manejo de los fondos.

En la guantera del coche vi una vez una pistola que seguramente jamás fue utilizada ni siquiera para practicar el tiro. En aquella España privada de libertades, la profesión de atracador debía ser muy poco atractiva. En los años 60 se cometió un atraco muy sonado contra la joyería Aldao, en la Gran Vía de Madrid. La cosa debía ser tan poco frecuente que enseguida se cantó una coplilla cuyo estribillo decía “Aldao, Aldao las joyas te han robao”.

Mi padre aprovechaba el viaje sabatino para firmar los papeles propios de su cargo en la Administración pública, que un policía le acercaba desde Madrid bien a Cartagena, bien a la estación-apeadero de Balsicas.

En las dunas de la playa grande, mi yo femenino esperaba que ocurriera algo. Pero nunca pasaba algo. Sólo nada.




( capítulo octavo y final )

Los domingos el párroco del Pilar de la Horadada se acercaba a la finca para decir misa en la capilla de la Casa Grande a las 12 en punto. Antes, confesaba. Una vez un hermano mío, que era muy escrupuloso de conciencia y no tendría más allá de 11 ó 12 años, atascó la misa hasta pasadas las 12 y media, contándole al cura no se sabe qué pecados imposibles, en medio de grandes muestras de impaciencia por parte de todos nosotros que confiábamos en darnos un chapuzón antes de comer.

Me parece que aquel día las bambas Pirelli, los meybas y las gafas y tubos de bucear Nemrod se quedaron esperando en la tartana, igual que esperando se quedó el camino que atravesaba el río Seco flanqueado de pitas en un horizonte de montes de esparto. Total, que nos quedamos sin nadar hasta “los palos”, que así llamábamos a unas estacas situadas en medio de la pequeña ensenada de la playa de Campoamor. De ellas los pescadores prendían unas redes finas para atrapar lubinas, magres o pajeles. Nunca me monté en el balandro cuyo timón llevaba don Vicente. Sí lo hacía a menudo mi escrupuloso hermano quien muchas y muchas noches me despertaba para que le recitase los credos o señormiojesucristos que creía haber olvidado.

Con las tormentas de septiembre se anunciaba el otoño, el colegio y el presentimiento de un Madrid triste y de un colegio sin luz. El río Seco cogía algo de agua, que gustaba a ranas, tritones y libélulas. Los juncales hermoseaban y las invisibles chicharras de los pinos enmudecían ante los truenos.

De vuelta a Madrid tocaba forrar los libros del colegio con un rígido papel azul morado al que adheríamos unas etiquetas con pegamento que se humedecía con saliva y en las que escribíamos con letra de caligrafía la asignatura correspondiente. Costaba volver a la rutina y también costaba hacerse con las botas Segarra después de haber estado cuatro meses en alpargatas. Pero lo que verdaderamente sentía yo era perder, hasta el verano siguiente, la luna azul de medianoche. Y la libertad.

Comentarios

  1. Suerte mi apreciado amigo Manuel, que ahora en estos veranos de tu vida de hombre libre, puedes disfrutar de la luna azul de medianoche, de las mañanas de auroras, del mar y de la montaña, como cuando eras niño, siendo hombre.
    El niño que hay en ti, nunca muere.
    Donde quieras y cuando quieras puedes...
    Los recuerdos de niñez siempre vivirán en ti y en tus memorias...

    Gracias por compartir tu escritura, sentimientos y vivencias de un tiempo feliz que se añora...

    Besos de luz.
    MA.

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  2. Ahhhh... los recuerdos vívidos de esos tiempos jóvenes, de lunasazules, alpargatas y libertad.
    Un abrazo
    Maffi

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