Madrid en gris (tercer capítulo)


(portal de la casa que me vió nacer)

Hoy ha muerto el pez más grande y viejo de mi acuario y ello me lleva a recordar mi primer intento de tener uno. En el Madrid de mi niñez no era fácil encontrar los elementos que conforman un espa­cio autosuficiente como es un acuario. No había tiendas dedica­das a ello puesto que el nivel de vida no lo permitía. Tracé un plan con Avelino el fumista, cuyo taller lindaba con el portal de Claudio Coello 38, según se mira de frente, a mano derecha. A mano izquierda había una panadería regentada por la “señá” Casilda.
Avelino, con gran cariño y mimo, me hizo un acuario con cristales embutidos en armazón de hierro. Intenté criar peces de agua fría al no haber en mi ciudad peces tropicales, de más fácil reproducción en cautividad. Conseguí unos ciprinos dorados y unas algas de las que flotaban en el estanque del Retiro y también arena de río de una obra del barrio que tenía un cartel que decía “Hay arena de miga”. Con todo ello organicé lo que debería haber sido un perfecto y viable espacio biológico.

El desastre acaeció por varias causas. La primera, porque Avelino había ensamblado los cristales con masilla de la que se utilizaba para sellar ventanas, tóxica para peces y otros seres vivos. También influyó no contar con una pequeña bomba de oxígeno, por no hablar de filtros para el agua y de otros elementos más sofistica­dos. Total, que fueron muriendo aquellos animalicos, a pesar de que diariamente les cambiaba el agua. Aquí interviene el cloro como otro factor más de la tragedia ecológica. Y eso que en aque­llos años el agua del barrio del Salamanca era del río Lozoya y aún no se mezclaba, como se hizo más tarde, con la del Canal de Isabel II.Llegado aquí me pregunto para qué diantres escribo. Releo en Kafka que un libro debe ser como hacha que rompe el mar de hielo que recubre nuestro corazón. Supongo que se refiere al corazón del lector… ¿qué pasa con el del escribidor? Si indago el motivo de contar mi infancia, viene en mi ayuda Rilke en sus “Cartas a un joven poeta”: "... y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar a sus sentidos ninguno de los rumores del mundo, ¿no seguiría te­niendo siempre en su infancia esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos? Vuelva ahí su atención..."



(adivinen ustedes quién soy yo...)

Releo lo escrito sobre mis largos años en el colegio, y medito sobre el carácter selectivo de los recuerdos. Me resulta difícil encontrar recuerdos felices o gratos del colegio y ello sin dejar de reconocer que, en aquellos años de opresión y de nacionalca­tolicismo, aquel colegio de curas marianistas tenía, probablemente, mayor tolerancia y libertad que otros centros en que la burguesía madrileña criaba a sus alevines. En El Pilar “sólo” era obligatoria la misa un día a la semana, domingos y festivos aparte. Las clases de religión no eran apabullantes y tampoco las presiones en materia de confesión y de comunión. Tomo una cita de Eduardo Haro Tecglen, que en paz descanse, a quien he leído con gusto y de quien siempre aprendía algo: François Villon en ¡1431! escribió “Tant aime‑ton Dieu, qu’on fuit l’Église”. Hoy hubiera escrito “... qu’on fuit les Églises”.También es verdad que yo era buen alumno y que mi natural sen­tido pragmático, hoy deteriorado por mi deriva más radical, me hacía navegar mecido por la corriente, evitando plantear problemas de calado. Pero el último re­ducto de mi pensar era mío. Inescrutable. “El pensamiento no delinque”, sobre todo si no se formula, añado yo.

Durante los larguísimos años de cárcel colegial no padecí ni fui testigo de esa lacra llamada pederastia. No hace tanto tiempo un ex compañero de clase me dijo que él sí había sufrido abusos en nuestro colegio. 

El colegio de la calle Castelló nº 56 tenía poco espacio para jugar y para el deporte. El recreo lo pasábamos encajonados en los patios de esas inmen­sas moles neogóticas que fueron originalmente construídas para albergar doncellas de familias venidas a menos. Cuando éramos algo más mayorcitos nos cruzaban, en fila de a dos, a la otra acera de Castelló para jugar en el “solar”. El solar era eso, un solar propiedad de los marianis­tas, situado enfrente del “cole”.

Aquel terreno de juego era un pequeño y alargado campo de minifútbol. Divertimento aña­dido era la natural inclinación del terreno en sentido de norte a sur. Quiere decirse que el juego del fútbol era muy distinto en el primero o en el segundo tiempo, se­gún hubiera correspondido el sorteo. En un caso jugabas cuesta arriba y en otro a favor de una pendiente muy pendiente. En el extremo sur del solar estaban los urinarios, pegados a un taller de meta­lurgia establecido en el mismo edificio en que se ubicaban que los Laboratorios TEBIB, edi­ficio que hoy reformado por obra y gracia de Construcciones San Martín. En el norte de aquel solar había un cobertizo con columnas que servía, mal que bien, para jugar al frontón. El solar fue vendido por los marianistas para viviendas de nueva planta. Cero en conducta y cero en aplicación para los curas.

Comentarios

  1. En un acuario se establece un equilibrio fascinante, que mucho enseña sobre la vida. Además exige constancia y responsabilidad; resulta muy instructivo. Por aquel entonces para un verdadero acuarófilo era requisito exigido que se construyese su propio acuario (o sus acuarios, porque a la hora de la cría se hace siempre necesario al menos alguno más de apoyo). Curiosamente fue una constante en mi casa, incluso bastante antes de que yo naciera. En mi caso, siempre tropicales de ámbito fluvial. A veces lo echo de menos. Pero ahora no se llevarían muy bien con mis tortugas, claro... Besos.

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  2. Yo viví en Claudio Coello 45, esquina a Hermosilla, enfrente del Teatro Beatriz . Esa casa se cayó de vieja, durante un tiempo hubo en mi casa unos puntales sujetando el techo, no sé por qué no me daba miedo porque ahora, visto en la distancia, creo que nos jugábamos la vida. El caso es que nos tuvimos que ir de allí y construyeron otra, que es la que ahora se puede ver en esa misma esquina. Y al otro lado de Goya, en Claudio Coello, 35, vivía mi abuela, enfrente de ti, más o menos. Mi hermano y todos mis amigos también eran pilaristas. Me parece que tenemos una infancia muy parecida.

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  3. Entre Paris y versalles queda la inolvidable calle niza, actualmente avenida no sé, tampoco sé a qué individuo se le ocurrio esa mala idea. Allí, todita la niñez y noñez vivi, ¡Que recuerdos! cómo para tener una varita mágica y volver a ellos, y si sé pudiera quedar allí, al más puro Peter pan. Saludos

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  4. Es bueno leerte Juntas el pasado con el momento
    Hay mezcla de sentimientos
    Y estoy de acuerdo con vos
    Mi vida escolar un tormento
    Ahora estamos bien ya que tenemos
    la sabiduria de alargar los momentos
    Te traje una orquidea blanca
    La mejor flor para vos

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  5. Nunca he sido aficionada a los peces con lo cual no he soñado en tener un acuario, pero me supongo que influye mucho lo citado para que los peces no se mueren.
    Eso de los colegios creo que pocos tienen buenos recuerdo de ellos, aunque con la edad uno lo ve distinto y le parece todo mejor de lo que fue.
    Un abrazo

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