La bella vida de Eva
Y EVA ENCENDIÓ LA PASIÓN Uno de sus amantes se llamaba Sándor y el otro se llamaba como yo, porque era yo. El nombre de Sándor no se debía a que sus padres fueran imaginativos para la cosa de la nomenclatura, sino sencillamente a que eran húngaros. Sándor y yo fuimos amantes de Eva allá por los años 90, no sé si simultánea o sucesivamente. Tuve con ella una relación estrecha y breve. Estrecha porque su cama era small size, y breve porque el incendio de nuestros corazones y cuerpos se extinguió en un invierno. Conocí a Eva en casa de unas amigas de vida alegre, y el rayo que no cesa prendió en ambos la brasa de una pasión. Pero, como la memoria es traidora, también pudo suceder que me fuera presentada en una recepción que ofreció el Ayuntamiento de Madrid a un grupo de espeleólogos australianos y sin fronteras. Cuando se acabó lo que me daba no volví a verla. Andaba yo por entonces en otras liaisons dangereuses y ya se sabe que la mancha de una mora