Un energúmeno anda suelto
(foto del autor)
Ayer, después de un grato paseo vespertino, entré a tomar
una copa de vino en El Gourmet de un gran almacén.
Me atendieron con la cortesía de siempre. Cuando me disponía
a paladear un excelente Rioja de la casa Roda, con el teléfono inteligente
encima del mostrador al lado de una tapita de jamón ibérico, me llama un
productor de quesos de cabra de la Sierra del Guadarrama, que estaba ofreciendo
una degustación de sus productos en un pequeño stand situado a escasos dos
metros del lugar y banqueta que ocupaba yo en la barra del llamado Gourmet.
Me acerqué a probar un nuevo queso de cabra, de elevada
acidez, y, al regreso a mi puesto en el mostrador, héteme aquí que me encuentro
a un señor sentado en mi banqueta y con las narices demasiado próximas a mi
copa de Roda y a mi platito de jamón. Mi móvil estaba incólume, pero el psicópata mochales hablaba a grandes voces con el suyo, precisamente en mi
puesto. Me acerqué para indicarle que estaba ocupando mi lugar y con volcánico
descomedimiento empezó a proferir alocadas chifladuras relacionadas con su
desvarío y delirio. Gritaba que las banquetas no se reservan. Supongo que el
energúmeno, en su violento frenesí, pensaba que mi vino, mi jamón y mi aparato
móvil no significaban nada para él sobre el derecho de ocupación que me
asistía.
Debo aclarar que el majareta chiflado no había pedido bebida
o comida alguna y que mi ausencia no había durado más allá de un minuto escaso,
amén de que las banquetas aledañas estaban vacías.
Agarré mis viandas y mi smartphone y me fui tranquilamente a la otra punta de la
barra. Con los años he aprendido a ignorar a locos y necios.
Me enfrasqué en la lectura de unos correos electrónicos que
acababa de recibir y olvidé el incidente. Pasaron diez minutos y el maníaco
paranoico aparece de nuevo para insistir
en sus lunáticas sinrazones. Cuando se cansó se fue y no hubo nada.
Una vez desaparecido el loco de atar con los tornillos
sueltos, los empleados de servicio se acercaron a manifestar su asombro ¡A
buenas horas mangas verdes!
Moraleja: desde que cerraron las casas de locos, los orates
energúmenos andan sueltos. Atención y mano al botón.
Ahora tratemos de imaginar la vida familiar de este señor, porque los amigos se van, los ingresos hospitalarios son de corta estancia y la familia suele ser la que aguanta. También hay quien monta en cólera sin estar tan enfermo como este esquizofrénico agresivo que ve molinos cuando se niega a tomar la medicación.
ResponderEliminarPara una tarde sin acidosis aguda, un Petit Verdot. Bss
Parece mentira que en un bar de tanto lujo y precios altos el personal y sus jefes no tengan suficiente oficio y diplomacia para poner a los energumenos en su sitio. Maxime cuando el loco no consumia nada y solo buscaba bronca. Con esa teoria de la no-intervencion los clientes no podrian ni acudir al WC.
ResponderEliminarGracias querida Loli Salvador! Efectivamente, me contaron luego que una señora que entró con él en El Gourmet se alejó avergonzada y murmurando "¡otra vez, otra vez!"
ResponderEliminarParece mentira que en un bar de tanto lujo y precios altos el personal y sus jefes no tengan suficiente oficio y diplomacia para poner a los energumenos en su sitio. Maxime cuando el loco no consumia nada y solo buscaba bronca. Con esa teoria de la no-intervencion los clientes no podrian ni acudir al WC.
ResponderEliminarMe gusta el comentario del anónimo comunicante. Es muy buena la metáfora del WC!
ResponderEliminarme encanta que hayas vuelto a escribir
ResponderEliminaruna delicia volver a leerte
abrazos
Me encanta que te encante!
EliminarNo me extraña nada ... con los tiempos que corren, la gente se esta volviendo loca de remate.
ResponderEliminarHay mucho loco suelto desde los recortes y antes de los recortes.
Dice el refrán: La suerte de un loco es dar con otro loco.
No fue su día, ni el tuyo...
Besos cuerdos en un mundo de locura.