Venezia hostil
(el autor en Venezia)
Viernes 14 marzo
Como a solas, para variar, en el
restaurante La Taverna
del hotel La Fenice.
¡Atiza! Me sirven la mismísima agua
mineral naturale que en La Habana. Acqua
Panna oligominerale. ¡Esto es cosa de Fidel! Pido dos primeros platos. Zuppa di
cipolla, que es suave como la noche y… ¡no lleva costra de queso! Luego unos
pequeños gnochis… Suena música cubana… “si me quisieras lo mismo que veinte
años atrás…” ¿Alguien quiere y es querido durante veinte larguísimos años? ¡Que
levante el dedo! Un pavo corta un jamón ibérico, antes llamado serrano. ¡En
Venezia!
A las tres de la tarde fui el
hombre que corría hacia el vaporetto con la servilleta prendida del jersey de
cuello vuelto. Era azul, como el fascio y como la puta noche negra.
Me he cruzado con centenares de
personas. Una sola ví que estuviera tan sola como yo. Era una chica pegada a
unas gafitas. Ni me miró. La soledad es misógina o andrógina o lo que sea. Es
difícil. Tanto o más que yo. El absurdo desencuentro, a una hora absurda, me
dejó absurdo y agraz sabor de boca.
Gusto de regresar donde ya estuve.
No así en el sexo. Cansa la reincidencia y gusta conocer chicas nuevas. Pero…
requiere tantísimo esfuerzo… Me refiero al conocimiento, no a la parte física
del amor físico.
(todas las fotos están tomadas por el autor)
Sábado 15 marzo
En la galería Zora da Venezia
atiende Ambra una preciosa mujer de una rara ambarina belleza. Y encima me
procura buen descuento al pagar dos mínimos camafeos, que no necesito para
nada. La hubiera o hubiese comprado el león de San Marco si la criatura se lo
propone.
Sorbo despacito una gran taza de té
verde con bergamota en Le Café, sala de té y pasticceria que está en el 2797 de
San Marco. Es también galería de pintura de las que Venezia rebosa. Me entra el
spleen. Tedium vitae.
Domingo 16 marzo
He soñado que eran tres hermanas.
La mayor blanca como Liv Tyler. La mediana tenía los ojos de la Scarlett Johansson.
Las dos y yo nos amábamos, pero por exigencias del guión me casaron con la
tercera que era bajita y cabezona como aquella avilesica cabezona y bajita. La
noche de bodas dormimos los cuatro juntos, en familia.
De la Academia leo:
- Nos vemos ahora o paso más tarde
y hablamos un poco de tu libro último!!!!
Contesto:
- Sí.
Espero. Soy el hombre que espera.
Ahora aguardo al borde del Gran Canal. Llueve, hace frío y toso. Ciudad
absurda. Húmeda y vieja como las putas viejas. Aquí sólo puede encontrarse bien
un jodido ranchero de Texas.
Lunes 17 marzo
Las chicas de la era moderna dicen
NO. Casi siempre. Casi siempre están en camino. Luego llegan y se van. La culpa
es mía por no aposentarme en Mestre.
¿Cuándo es ahora? ¿Cuándo es luego?
Son muy suyas las personas que lo son. Pertenecen al sector crítico, en
general, y mío en particular. Me corrigen a mí, que soy mayor. El doble de
mayor que ellas. Dicen Ga.u.gín (como se
escribe) y hablan mucho de Miró, cuya obra nunca me gustó. Escribo:
- Mañana te mando un mensaje.
Incierto se presenta el futuro. Y
yo en el Véneto.
Huele a Aznavour. El vino blanco
olía a putre. En la mierda de restaurante cuya puerta nunca debí franquear.
¡Qué asco!
Martes 18 marzo
¡Buona Pascua! Me cisco en le feste
di pascua.
Il Gazzettino: última chiamata per
EME: il rischio secessione esiste ancora.
Friuli – Venezia – Giulia:
secessione frente a federalismo. La Liga
Norte encartela la gota roja que es Venezia: “Roma ladrona”.
En Venezia hace un frío húmedo que
se mea el lorito. En los exteriores y en los interiores.
Las toilettes de los restaurantes
tienen puertas que se deslizan hacia la izquierda y el agua de sus lavabos sale
a pedal. Si no conoces los trucos, te puedes hacer pis encima. Lo bueno de
pasar dos semanas en Venezia es que ya no tienes que volver más nunca.
Los indígenas de aquí tienen las
rodillas como polvo de talco. Son las putas escalinatas de los puentecitos que
atraviesan los canales. ¡Qué sufrición!
La vez anterior no había perros.
Ahora sí, sobre todo teckelinos de pelo corto de claro color marrón. Me acusan
de ser exquisito y asocial. Será… seré… me cuesta muchas fatigas aguantar
gilipollerías.
En la mesa de al lado dos
norteamericanos hablan por sus móviles. El gordo es un cerdo de ciento veinte
kilos. Ella es una cerdita que habla como el pato Donald. Aún tiene su polvo.
El vino Rubrato contiene sulfitos.
Yo me contengo a mí mismo y me perjudico seriamente. La salud mía.
En la vitrina escaparate del
restaurante La Faluca ,
en la calle de la Mandola
vive un rodaballo. El ojo que me mira tiene catarata. Muerto no está, pues me
saluda cada vez que paso, que son varias al día. No me gustaría morir con él en
Venezia. El bicho parece un po particolare. Como yo ¡Magari!
Mi error es un viaje. El viaje. La
semana santa es un horrible malentendido. Entre ella y yo. La iglesia y yo.
Escribo en un café&wine bar
llamado Teamo. San Marco 3795. Mujeres guapas y una nube de maricones. Alguna
chica con pelo a lo garçon da la mano a otra chica con pelo a lo garçon.
Una moza, con melena ella, me
recuerda a Laetitia Casta… en bajito eso si.
Hablando de comer, esto es lo que
hoy he jamado. Dos manzanas, dos lácteos con fruta y cereales. Dos tés, uno
verde y otro no. Ensalada. Tomates pequeñitos. Espaghettis con tomate. Un té.
Dos vodkas. Nada.
Escriben de Mestre:
- Azienda agrícola. Villa Crespia.
Villa Chiòpris. Fattoria Colsanto.
En el restaurante en que ceno pido
un cuchillo para sacar punta al lápiz que me regalaron en Mondadori www.libreriamondadorivenezia.it
Ya sé qué cosa es el arte en
Venezia. Es morirte de frío.
Miércoles Santo
¡Y tanto! En realidad me siento como en Miércoles de
Ceniza. No se si tengo un catarro común, o la gripe aviar, pero estoy hecho
fosfatina. La ventana de mi cuartito de baño da a un costado del teatro de La Fenice. Por ella se
cuelan dos clases de gorgoritos. Los que emiten los artistas que calientan sus
voces con escalas y esas cosas y los arrullos de unas palomas que viven en el
alfeizar y que allí han depositado una ostra marina.
En Venezia el personal vive como si
tal. Como si no hiciera tantísimo frío cabrón y húmedo. Noventa y mucho por
ciento de humedad relativa del aire.
En Venezia no hay Actimel, ni
sacapuntas, ni papelerías.
Al ponerse el sol la ciudad se
muere. De buena mañana empiezan a llegar nubes de españoles que gritan y no me
dejan perspectiva para ver lo que hay que ver, chicas incluidas.
Huele a podrido. Aquí, no en
Dinamarca. El alcalde de Treviso dice que su éxito se basa en que aplica las
enseñanzas del fascismo y del catolicismo.
Jueves Santo
En las escaleras del hotel una
señora habla en francés por su telefonino:
- “Si, el hotel está bien. El baño
muy limpio y además tiene bidet…”
Sospecho que las autoridades
municipales han instalado artilugios acústicos en los escasos árboles
venezianos. Emiten gorjeos y cantos de pajaritos, a fé mía, tropicales.
También huele a racismo. De los
italianos del norte sobre los del sur y de todos ellos contra los inmigrantes
pobres.
De la siesta me despierta el
maullido de una gata en celo. Uno macho caga en el jardín del hotel.
En la tienda donde compro té una
vieja indígena clama contra una chica de hermosos rasgos hispano-cubanos.
Protesta porque los inmigrantes se atrevan a comprar en tiendas de
exquisiteces. ¡Hija de la porca putana! Y de Mussolini. En el café Fiori un té
cuesta nueve euros. En servicio de alpaca y con música en vivo, eso sí. Y te
dan de leer mi periódico, que yo ¡ay! ya había comprado.
Viernes Santo
Sufro de metereopatía que no de
meteorismo. Los cambios de tiempo me matan y la primavera me entierra. En la RaiTre un médico dice que
me vista por capas, como una zipolla. ¡Es lo que hago desde niño y que si
quieres arroz Catalina!
En toda Venezia no puedo comer nada
que no lleve queso.
El mantenimiento del hotel lo lleva
una familia con su nona y un perrito. Hoy la cosa va de habitaciones que se
inundan, por arriba, no por la puta laguna podrida. El padre lleva gafas de
diseño de los años cincuenta. Los trabajos duros corren a cargo de un oriental
y una chica andina.
La humedad que llevo en el cuerpo
no me la quito más nunca, ni en la meseta.
El té verde de cada día me toca hoy
en el Bar Al Teatro, en el Campo S. Fantin 1916, vicino a La Fenice.
Los moluscos y crustáceos de esta
laguna están muy contaminados de mierdas tóxicas. Venezia está edificada sobre
la laguna marina, encima de traviesas de madera. Mejor es no pensar en el
submundo oscuro sobre el que vive esta gente. Tocan a más ratas por habitante que en parte alguna.
A las cinco de la tarde no se ve un
carajo.
Domingo de Resurrección
Para almorzar algo que no lleve
queso recurro al expediente de confesarme vegetariano. No dista tanto de ser
verdad.
La chica que arregla mi camera me
felicita la pascua y me da su mano, que yo estrecho agradecido y se la
devuelvo. Soy el huésped que deja su habitación, día tras día, a hora
“tempestuosa”. Anoche me invitó a cenar a su apartamento de Mestre una familia
del proletariado del Véneto. La señora es cristaloterapeuta. Me enseñó con
devoción sus pequeñas amatistas, ágatas, cuarzos, turmalinas y poco más. Se
dice devota de Osho. ¡Como Alex Morlote! Tiene no se qué titulo en Reiki. Y es
jefe de un grupo de vendedoras de Avon (llama a su puerta). Es una italiana
rubia y bajita, de ojo claro. Se ha casado por poderes con un negro de Camagüey
que aún no ha conseguido la carta blanca para salir de Cuba. Hace nueve meses
que no le ve. Convivió con él en la isla nueve días. El hombre importado que
aguarda que Raúl Castro le deje marchar se llama René. Cinthya, su esposa, por
mandato, me pregunta si en España están mejor las cosas que en Italia. Sonrío y
callo.
Odia a Prodi. Acusa a Castro de
esclavizar a su pueblo. Le recuerdo que Mussolini causó mucha mayor mortandad y
que Berlusconi no es Julio César.
Ha cocinado para mí unos penne de
maíz y arroz muy ricos. Aparte los tropezones, que parecían del omnipresente
branzio. La pasta estaba acompañada de unas raddichie al vapor, exquisitas. ¡Me
comí yo solito toda la fuente! Amargas y al dente.
¡Il Cavagliere! ¡Qué grandísimo
hortera!
Lunes de Pascua
Continúa el ejército gris de días
grises. ¡Horrible clima! Proust se estremecía de tan solo pensar en Venezia. A
mí me ocurre de pensar en que los dioses me obligaran a volver. ¡Es horrible!
Si se vive sin luz, en un medio húmedo, frío y pestilente, las almas se
embrutecen. Los venezianos odian a los turistas, a quienes explotan y detestan
con razón. También con ella, los ciudadanos de la villa lacustre no comparten
con nosotros sino el puto dinero que les endosamos.
Ni ayer ni hoy. Ni con dinero
puedes comprar un periódico, porque los kioscos están chiusos.
La rehabilitación de los palazzos
se hace para reconvertirlos en hoteles carísimos. Dado que aquí no hay
alcantarillas, porque no hay tierra firma debajo de la mierda acuática y como
quiera que un hotel tiene cien veces más retretes que un caserón particular,
¿adónde vierte tanta mierda?
Parece que levantarán, durante
cinco semanas, la veda del mejillón tóxico.
No tengo fuerzas ni para enfermar
del mal del viajero. Hoy he conseguido fotografiar a la paloma que me ha pegado
la gripe aviar. La muy cabrona.
Trattoria “da Arturo” di Ernesto
Ballarín. San Marco 3656. La mejor pasta de Venezia. El camarero tiene más
pluma que un palomo cojo. Me pone ojitos de cordero degollado. ¡Que Santa Lucía
le conserve el olfato, porque la vista la tiene perdida!
Voy a intentar comprar melatonina,
yogurt y manzanas.
Martes 25 marzo
Resulta que el restaurante del
signore Ernesto es el preferido de los nobles y de los actores. No siendo yo ni
aristócrata ni de la farándula, estoy con ellos. Es el único que me gusta de
Venezia. Tardío descubrimiento, pero útil al fin. Lleva abierto 35 años y se
come natural, sin queso y senza pescados tóxicos.
Papardelle con raddichio.
¡Exquisitas! Alcachofitas y espárragos verdes. Tres sabores amargos, que son
suaves al paladar y digestivos para el foie.
Primera vez en mi vida que deseo
volver a la meseta esteparia y mesetaria.
Repito. Ceno en donde el Sr.
Ernesto. Fotos con los hermanos Cohen. Con el Leonardo di Caprio. Con el
bailarín Nureyev. Platos creados por él. Me dejo llevar. Fío demasiado en las
mujeres. Por una vez, lo hago en un hombre y ello para cenar tan solo como en
la edad moderna.
Las pequeñas alcachofas son de
color violeta. Ya me gustaría pillarlas en Madrid.
Los hongos guisados con patata,
cebolla y ajo son la pera limonera. En Venezia los locales no tienen espacio.
Te sientan en cajas de vino y no puedes estirar la pata, que no hay tierra para
enterrar a los muertos.
Ya comprendo. Los primeros días me
sentí agredido por el saor, el aceto balsámico, el pescado radiactivo y la
mozzarella laxante. Este signore me ha reintroducido en el mundo de los sabores
humanos. No especies picantes, no peperonni, pero sí ajo, sí plantas aromáticas.
Semireconciliado, me vuelvo a
Madrid mañana.
Entra una señora que huele a
violeta y a mala milk. Un niño se come un solomillo más grande que Del Piero.
Cada uno cuenta su feria según le va.
ResponderEliminarViajar enriquece ,nuestra vida.
Cambiar de país es cambiar nuestra cultura, por otra cultura
y en una semana no da tiempo a adaptarse a la nueva,vida y tierra.
Hay lugares a las que uno no se adapta nunca
y en otros, nos gustaría quedarnos a vivir.
Como en casa, como en ninguna parte se esta.
Un abrazo y feliz día querido amigo.
MA.
El blog de MA.
¡QUÉ RAZÓN LLEVAS,PRINCESA!
ResponderEliminarSí, ya sabemos que al Sr. le gustan casi todas las chicas, observo que se repite en el texto la palabra bajita, y eso no debe ser motivo de preocupación, sólo basta buscarlas de elevada estatura, no obstante, si no consigues reconciliarte, deberías cambiar de ciudad, pues veo que no encuentras en Venecia, la profunda emoción de Aznavour, y para colmo...... al volver a Madrid, las alcachofas serán verdes.
ResponderEliminarMe lo he pasado muy bien leyéndote. Gracias y besos.
Loli, la belleza es natural: no debemos esforzarnos artificialmente en su busca. Gracias chata!
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