La subjetividad deprorable de los hombres
(foto tomada por el autor)
La mayoría de los hombres son tan subjetivos que en el
fondo nada les interesa, salvo su propia persona. A ello se debe que piensen
inmediatamente en sí mismos cada vez que alguien dice algo, y que cualquier
cosa que esté vinculada, siquiera remotamente, con un asunto que les atañe
atraiga y consuma toda su atención, con lo que ya no les quedan fuerzas para
comprender el contenido objetivo mismo del discurso; y no se les puede
convencer con razones cuando estas contravienen su interés o su vanidad.
Son tan
fáciles de distraer, herir, ofender o molestar, que cuando uno habla con ellos
de forma objetiva acerca del tema que sea, no puede cuidarse lo suficiente de
no decir algo que tenga la más leve relación, acaso desfavorable, con esa
persona valiosa y tierna que uno tiene ante su vista: pues eso es lo único que
les preocupa, y, aunque no tienen sentido ni sensibilidad para lo verdadero y
lo exacto, para lo bello, lo fino o lo gracioso del discurso ajeno, son
sumamente delicados respecto de todo lo que pudiera, incluso de la manera más
lejana o indirecta, lastimar su mezquina vanidad o proyectar alguna sombra
sobre su inapreciable persona; por lo que se parecen en su susceptibilidad a
esos perritos falderos a los que uno pisa sin querer y cuyos aullidos de dolor
tiene luego que soportar; o a un enfermo cubierto de llagas y heridas, con
quien tenemos que tener sumo cuidado de evitar todo contacto posible. Algunos
llegan al extremo de considerar el ingenio y el buen juicio desplegados, o no
suficientemente disimulados, durante una conversación, como una auténtica
ofensa, aunque se cuidan, naturalmente, de reconocerlo; lo cual hace luego que
el novato se pregunte y devane los sesos tratando de averiguar qué cosa en el
mundo pudo granjearle el resentimiento y el odio de sus interlocutores. Pero
esa misma subjetividad hace que sea muy fácil, en cambio, halagarlos y ganarse
su confianza. Por eso, la mayoría de las veces, su juicio es venal, una simple
declaración a favor de su propio partido o clase; y no un dictamen objetivo y
ecuánime. Todo lo cual se debe a que en ellos la voluntad prevalece sobre el
conocimiento, y a que su inteligencia mediocre está al servicio exclusivo de la
voluntad, sin que pueda desprenderse de esta ni por un instante. Una prueba
magnífica de la subjetividad deplorable de los hombres, que hace que todo lo
relacionen con sus personas y tracen inmediatamente una línea recta desde
cualquier pensamiento hasta sí mismos, nos la proporciona la astrología, que
reconduce el curso de los grandes astros a ese mísero yo y establece vínculos
entre los cometas del firmamento y los quehaceres y miserias terrenales. Esto
es algo que ha sucedido siempre, aun desde las épocas más remotas. (Véase por
ejemplo Estob., Eclog., l. I, c. 22, 9, p. 478).
Arthur Schopenhauer
Aforismos sobre el arte de vivir.
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