Retratos de la relación turbulenta entre Warhol y Basquiat
El país semanal. Quino Petit.
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Fueron dos monstruos del arte contemporáneo de la segunda mitad del siglo XX. Basquiat, el dandi salvaje curtido en el grafiti que alcanzó la fama impulsado por Andy Warhol, el amante impenitente del talento. Una colección de fotografías inéditas ahonda en su turbulenta relación
PAIGE Y yo estamos peleando. Ella seguía con sus indagaciones sobre Jean-Michel. Y dijo: ‘¿Ya estás empezando de nuevo tu rollo gay con Jean-Michel? Le respondí: ‘Escucha, no me iría a la cama con él porque es tan mugriento que no puedo imaginar que alguien pueda hacerlo. Tú eres la que tuvo un rollo con una persona sucia y desaseada”. Pocas semanas antes de morir, este pasaje de sus Diarios fechado el 11 de enero de 1987 es la última referencia que Andy Warhol dejó escrita sobre Jean-Michel Basquiat. De los tres protagonistas de la escena, solo Paige Powell sigue viva. Su voz suena ajada, pero lúcida, al otro lado del teléfono desde un rincón de Portland, al noroeste de Estados Unidos. Todavía regresa esporádicamente a Nueva York, donde convivió con estos dos monstruos del arte contemporáneo estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. “Andy y yo siempre estábamos bromeando. No hay que tomarse al pie de la letra ni en un sentido trágico aquella conversación reproducida en sus Diarios. Esa era nuestra forma de hablarnos”.
Fotógrafa, marchante de arte y luminaria de los años ochenta en la Gran Manzana, Paige Powell es memoria viva de aquel tiempo. Y un formidable testigo de la compleja relación entre Warhol y Basquiat. Con este último, al que recuerda “extremadamente romántico”, mantuvo un turbulento e intermitente noviazgo entre 1982 y 1985. Y vendió buena parte de sus primeros lienzos. “Lo que hubo entre Jean-Michel y Andy no fue algo romántico, sino simbiótico”, recuerda Paige Powell. “Pintaron obras juntos, compartieron estudio y viajes ocasionales. Pero no fueron amantes ni nada parecido. Simplemente se necesitaban el uno al otro. Jean-Michel era hipnótico, poético, enérgico, extremo e impulsivo. Andy era divertido pero formal, poético pero desde ángulos muy distintos. Jean-Michel idolatraba a Andy. Y Andy siempre estaba en busca de algo nuevo y enérgico”.
Lo encontró el 4 de octubre de 1982. Aquel lunes, el galerista Bruno Bischofberger llevó a Basquiat a la guarida de Warhol en el 860 de Broadway. Allí posó junto al lobo del pop art para una foto poniendo cara de querer comerse el mundo. Iba vestido como un dandi salvaje. Camisa mal abrochada y corbata torcida bajo la americana arrugada. Magníficas rastas en el cabello afro. El hijo de Gerard, un contable haitiano, y Matilda, de origen portorriqueño y confinada en un sanatorio mental, solo tenía entonces 21 años y el aspecto de un Rimbaud negro que vagaba por las calles de Nueva York cuando el rap era la banda sonora de la ciudad, y el grafiti, su huella en los muros y vagones de metro. Los destellos de aquel arte callejero alumbraron a Samo, el pseudónimo de Basquiat durante su época de grafitero lírico que nació de la expresión SAMe Old shit, la misma mierda de siempre. Warhol mostró en aquella primera foto juntos una cara de desconcierto que quizá obedeciera a su incontrolable enamoramiento de todo talento que se cruzaba en su camino. Tenía 54 años, y así lo dejó escrito en sus Diarios: “Es el muchacho que usaba el nombre de Samo cuando solía sentarse en el paseo de Greenwich Village a pintar camisetas (…). Era justo uno de esos chicos que me volvió loco. (…) Entonces, dispuse un almuerzo para ellos y tomé una polaroid. Él se fue a casa y en dos horas regresó con una pintura, todavía húmeda, de él y yo juntos. Solo alcanzar la calle Christie debe de tomar una hora. Me dijo que lo había pintado su asistente”.
Basquiat pintando de rodillas en su estudio. O fumando un canuto mientras cierra un bolsón de hierba. Amaneciendo desnudo en la habitación de un hotel en Washington. Haciendo pesas. Posando para Warhol con un taparrabos. Pinchando vinilos en su fiesta de cumpleaños. Junto a Madonna, fugaz romance. Con Grace Jones, Keith Haring y Fela Kuti. Y con el todo Nueva York más hedonista y creativo del momento. Fiestas en el Area y el Palladium. Cenas en Mr. Chow. Los vinos más caros de la carta del restaurante. Su desaforado consumo de drogas y las tendencias suicidas. Las conversaciones telefónicas entre ambos de madrugada. La avidez sexual —tan opuesta a Warhol— y su debilidad por las camareras. Son solo algunos de los universos paralelos que evocan estas fotografías de Warhol al fundirse con sus Diarios.
Martes 11 de octubre de 1983: “Jean-Michel está intentando ser famoso muy rápido. Y si funciona, lo conseguirá”. Miércoles 11 de enero de 1984: “Jean-Michel llamó de nuevo desde Hawái. Le dije que se cortase la oreja. Probablemente lo hará”. Martes 29 de mayo de 1984: “Pintamos una obra africana juntos de 10 metros de largo. Él es mejor que yo”. Domingo 7 de octubre de 1984: “Jean-Michel es tan complicado, nunca sabes de qué humor estará, en qué punto se encuentra. Se vuelve realmente paranoico y dice: ‘Me estás utilizando, solo me estás utilizando’. Y entonces se siente culpable por su paranoia”. Viernes 21 de junio de 1985: “Llamé a Jean-Michel, pero no me ha devuelto la llamada. Imagino que está distanciándose lentamente. Solía telefonearme todo el tiempo dondequiera que estuviese”.
Una noche de septiembre tras aquel verano de 1985, Basquiat recogió a Warhol en una limusina que los llevó a una fiesta en el Rockefeller Center. Aunque llevaban un tiempo empezando a desdibujarse mutuamente, hay una imagen de los dos tomada aquella noche llena de ternura y simbolismo. Pegado a la espalda de Warhol, Basquiat lo abraza cruzando las manos por delante de su cintura. Tan juntos y tan distantes. Uno, con el cabello afro alborotado, las pupilas dilatadas por los paraísos artificiales y la mirada perdida en un sueño caleidoscópico de colores primarios. El otro, con la sempiterna peluca plateada y la misma cara de estar siempre alucinando sin necesidad de narcóticos. Todo se jodió horas más tarde. Al llegar al Odeon, Warhol pidió un periódico y le trajeron un ejemplar de The New York Times que se publicaba la mañana siguiente. En las páginas interiores, una crónica sobre la exposición que ambos habían inaugurado días antes en la galería de Tony Shafrazi afirmaba que Basquiat era la “mascota” de Warhol.
El pintor y cineasta Julian Schnabel abordó aquel episodio en su película Basquiat (1996). Al teléfono desde Long Island (Nueva York), Schnabel recuerda por qué rodó el filme. “Jean-Michel siempre quiso saber lo que yo pensaba sobre su trabajo. Nunca se lo dije”. Respecto a la publicación del artículo en 1985 que llamó a Basquiat mascota del mundo del arte, Schnabel rememora: “Aquello hirió la amistad entre ambos por un tiempo, pero se querían el uno al otro y así fue hasta el final de sus vidas”.
En 2017, su lienzo Sin título, de 1,83 × 1,73 metros y fechado en 1982, batió con 99 millones de euros el récord de una subasta para la obra de un creador estadounidense. Hace pocas semanas, el Guggenheim de Nueva York inauguró una exposición con parte de sus trabajos. Y la reciente publicación de la colorista novela gráfica Basquiat, de Paolo Parisi, es solo otra de las muchas noticias sobre la atracción que sigue irradiando el mito que Warhol ayudó a fabricar. Paige Powell, su novia y amiga de ambos, lo vio por última vez al principio del verano en que murió por sobredosis. “Estaba en Central Park con [el también pintor] Francesco Clemente. Parecía colocado. Como en un viaje feliz. Más de 30 años después de su muerte, Jean-Michel nos sigue fascinando porque tuvo siempre algo tan original… Sus obras eran pinturas del corazón”.
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